Mucha gente evoca la imagen de una bruja con un gato o un sapo cuando se habla de espíritus familiares. En los días de la extendida persecución de las brujas en Europa y Norteamérica en la época moderna y antes en la Edad Media, se suponía que las mujeres acusadas de practicar la magia y la brujería poseían un animal que actuaba como su ‘espíritu familiar’, generalmente gatos, perros, búhos, ratones, tritones o sapos. Estos sirvientes de las brujas eran considerados habitualmente demonios de baja categoría o incluso elementales, al igual que por ejemplo las hadas. En la contribución inglesa y escocesa a las leyendas de la época, se decía que los espíritus o animales familiares se alimentaban de la sangre de la bruja. Ésta, a cambio, tenía la posibilidad de servirse de ellos para lanzar hechizos. Los espíritus familiares podían cambiar de forma y actuar como espías. Muchas amantes de los animales completamente inocentes fueron perseguidas por esta ‘antinatural’ complicidad, y se les achacaba todo tipo de infortunios, como que la leche se corrompiera o se echaran a perder los cultivos.
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