Claudio Ptolomeo estaba obsesionado con mirar el cielo nocturno. Conforme se adentró en el estudio de las estrellas, en su quehacer científico se consolidó un único objetivo: establecer los nombres de las constelaciones. Para estudiar el firmamento con más detalle, se convirtió en alquimista, geógrafo, matemático. Una de sus aportaciones más notables fue el nombramiento de diversas constelaciones que los griegos utilizaban con fines marítimos y astrológicos por igual. Después de años de investigación de campo, finalmente logró reunir las 48 constelaciones observables en un mismo archivo. Sus hallazgos y registros fueron divulgados en todo el Imperio Romano, bajo el mandato del emperador Adriano. El más célebre y completo de todos quizá sea el Almagesto, que describe con detalle cada una de las formaciones y fenómenos estelares que pudo ver, y les da un nombre. Se trata de patrones que resultan de unir varias estrellas o puntos de luz en el cielo nocturno. Son formaciones imaginarias, que se han construido mentalmente como puntos de referencia para los viajes de navegación o para justificar el origen mítico de diversas civilizaciones. La aportación principal de Ptolomeo en el Almagesto, entre muchas otras, fue diseñar un catálogo que incluía 1022 estrellas. En este libro, están dispuestas 48 formaciones estelares que, al día de hoy, conforman la base del sistema que se utiliza en la era moderna.
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