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Foto del escritorAlbedo Escuela

Mito de Jacinto y Apolo

Jacinto era un bello jovencito espartano; la identidad de sus progenitores varía según la leyenda, pero las fuentes coinciden en que procedía de Esparta. El dios Apolo se enamoró de él y lo convirtió en su amado. La tragedia no tardó en abatirse sobre ellos. Cierto día en el que ambos jugaban a lanzarse el disco, éste impactó accidentalmente en la cabeza del muchacho, que cayó muerto al suelo sin que su amante pudiese hacer nada para evitarlo. En otra versión, fue el dios Céfiro quien, agraviado por el rechazo del adolescente a sus requerimientos amorosos, desvió la trayectoria del disco y mató a Jacinto. De su sangre brotó una flor, el primer jacinto. Jacinto se convirtió en objeto de culto en Esparta. Se celebraban fiestas en su honor todos los años, las Jacintias. Por otra parte, su historia de amor con Apolo y su fallecimiento para renacer luego como una flor han sido interpretados por algunos mitógrafos como un símbolo del final de la adolescencia y el inicio de la edad adulta en un muchacho. A esto hay que añadir que nos encontramos así mismo ante un reflejo del amor ideal visto por los griegos, entre el hombre adulto (erastés) que educa e instruye en las cuestiones de la vida al muchacho (erómeno). 


Ovidio narró de esta manera el mito de la muerte de Jacinto en su obra Metamorfosis, libro X, versos 162-219: “A ti también, Amiclidia, te habría colocado Febo en el cielo, si los tristes hados le hubieran dado tiempo a colocarte; en lo posible, eres sin embargo eterno y, cuantas veces la primavera rechaza al invierno y Aries sucede al lluvioso Piscis, tantas veces naces tú y las flores en el verde césped. A ti mi padre te amó más que a todos y Delfos, situada en medio del mundo, se vio privada de su patrón, mientras el dios frecuentaba el Eurotas y Esparta sin murallas. Ni las cítaras ni las flechas gozan de su favor: olvidándose de sí mismo, no rehúsa llevar las redes, sujetar los perros o acompañarte por las cumbres de una abrupta montaña, alimentando sus llamas con un largo trato. Y ya Titán casi estaba en medio de la noche que viene y la pasada, distando de las dos igual espacio: alivian los cuerpos de vestidos, brillan por el juego de aceite grasiento e inician una competición con el ancho disco, que Febo, tras equilibrarlo, lanzó el primero a los aires celestes y hendió con su peso las nubes que se interponían; volvió a caer tras largo tiempo el peso en tierra firme, exhibiendo una técnica unida a la fuerza. Al punto, el Tenárida, imprudente y estimulado por la pasión del juego, se apresura a recoger el disco, pero la dura tierra, tras repeler a aquél con el peso, lo lanza contra tu rostro, Jacinto. El mismo dios palidece igual que el joven, recoge los miembros caídos, reanimándote unas veces, secando otras tus funestas heridas o sosteniendo otras el aliento vital que huye aplicándote hierbas: de nada sirve la técnica, la herida es incurable. Como si alguien e un jardín regado destrozara violetas, adormideras y lirios erizados de leguas azafranadas, aquéllas, marchitas, de repente dejan caer su cabeza pesada, no se sostienen y contemplan la tierra con su cima, así yace el rostro del moribundo, y la cerviz, sin fuerzas, es una carga para sí misma y se recuesta sobre su hombro. “Te marchas, Ebálida, despojado de tu primera juventud”, dice Febo, “y veo tu herida, mi culpa. Tú eres mi dolor y mi crimen; mi diestra ha de ser inscrita con tu muerte: yo soy el responsable de tu final. Pero, ¿cuál es mi culpa? A no ser que a jugar se le pueda llamar culpa, a no ser que también a amar se le pueda llamar culpa. ¡Y ojalá se me permitiera entregar mi vida en tu lugar o contigo! Pero puesto que debemos cumplir la ley del destino, siempre estarás conmigo y quedarás en el recuerdo de mi boca. En tu honor sonará la lira pulsada por mi mano, en tu honor sonarán mis versos y como nueva flor imitarás mis gemidos. Y llegará un día en que un héroe muy valiente se añada a esta flor y sea leído en la misma hoja”. Mientras la verídica boca de Apolo expone tales hechos, he aquí que la sangre, que derramada en la tierra había marcado la hierba, deja de ser sangre y más brillante que la púrpura de Tiro nace una flor, tomando la forma de los lirios, si no fuera porque éstos tendrían un color de púrpura y aquéllos de plata. No es suficiente esto para Febo (en efecto, él es el responsable del honor): él mismo graba sus bgemidos en las hojas y la flor tiene la inscripción de AI, trazándose letras de luto. Y Esparta no se avergüenza de haber engendrado a Jacinto; su culto perdura todavía, y cada año retornan las Jacintias para ser celebradas según las antiguas costumbres con una procesión".



Fuente: Tras las huellas de los dioses blogspot. 

Mitosyleyendascr.com

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